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viernes, 28 de septiembre de 2018

El hombre en el espejo parte 6

Puerto de Londres


Edmond estaba en el muelle de Tilbury esperando el llamado a embarcar. El barco era el "Queen Royal". A su lado, tenía a Michael que en ningún momento se alejó de él y cada vez que lo miraba podía notar que se sentía perdido y asustado ya que no miraba a ningún lado en particular. Ed no dejaba de disculparse en suaves susurros, lamentaba exponerlo a tanta gente pero era necesario. Y fue peor cuando tuvo que subirse al carruaje que los trajo al muelle, en ese momento estaba totalmente aterrado de los caballos y hasta soltó unas lágrimas. Tuvo que abrazarlo todo el camino y desde ese momento no lo soltó. Ahora, Michael estaba temblando como una hoja y eso no se podía atribuir al clima ya que el clima era relativamente agradable en ese momento, con poco viento a pesar de estar al borde del río Támesis.

— ¡Edmond! —Escuchó la voz de Susan, quien corría a donde estaba ellos.
—Susan —Ed sin soltar a Michael la abrazó— gracias por estar aquí.
—Descuida, no podía dejar qué te vayas sin despedirte —su voz era de total tristeza, con algunas lágrimas que ella con su pañuelo las secó— no hubiera querido que esto terminara de esta forma. El doctor Allen, por si no te alcanzaba, me pidió decirte que no es nada personal. Que espera que le escribas siempre, promete ir el próximo año a visitarlos en cuanto tengas residencia permanente.
—Dígale que no se preocupe, dele las gracias por todo, esto no fue culpa suya sino del señor O'Connor. Es impensable que sólo quiera recuperar a Michael para sacarle dinero.
—Ese mal hombre... —Susan se quedó en silencio mirando a Michael pero él no estaba escuchando, en ese instante tenía la cara enterrada en el saco de Ed protegiéndose supuestamente del poco viento y tenía sus brazos rodeándole la cintura, no paraba de sollozar y de temblar. Ed tenía la sospecha que era debido a las personas que Michael veía —ese hombre no merece ni siquiera vivir —añadió la enfermera con un susurro mirando a Michael con tristeza.
—No diga eso. —Le dijo Ed sin mucha convicción.
— ¿Llevas sus medicinas? —Susan cambio de tema —no olvides de darle siempre fruta y jamás lo dejes solo —le instruyó Susan como si fuera su madre.
—No te preocupes, soy médico —respondió con más confianza esbozando una sonrisa al ver la preocupación de ella— todo lo tengo en la maleta de mano y el resto en el equipaje. En mi país, el profesor Dickson, nos estará esperando.

Un sonido fuerte proveniente del barco se dejó escuchar. Era el llamando para que los pasajeros abordaron el barco. Michael presionó aún más su cara en el pecho de Edmond.

—Tenemos que irnos.

La enfermera y el joven doctor se abrazaron a modo de despedida con Michael en medio de ese abrazo luego ambos subieron juntos al barco. Antes de ingresar, mostró los documentos que especificaban que Edmond era el representante legal y médico personal del joven que llevaba a su lado. Una vez que abordado el barco, caminaron hacia la cubierta donde pudieron ver desde allí a lo lejos a Susan que ahora estaba acompañada del doctor Allen, ambos les decían adiós con la mano. Edmond tenía un nudo en la garganta y miraba asustado a todos lados a lo largo del puerto, por fortuna, el padre de Michael no estaba en ningún lado, eso lo tranquilizó un poco. 

Cuando el barco comenzó a moverse, Michael gimió aferrándose aún más al pecho de su protector. Ed lo abrazo fuerte.

—Vamos a nuestro camarote —dijo en un susurro y juntos caminaron hacia la habitación del barco dejando atrás la hermosa vista del Támesis y de los pasajeros despidiéndose de sus familiares desde la cubierta.

Mientras caminaban despacio hacia el camarote doble que había adquirido, Edmond repasaba en su mente la razón de haber tomado ese barco rumbo a los Estados Unidos. La madre de Michael había muerto de una enfermedad extraña que se la llevó en menos de dos meses dejando su fortuna personal, heredada por un pariente, a su hijo menor Michael O'Connor como único beneficiario. 

A su padre no le había ido bien en el negocio donde había invertido todo su dinero perdiendo gran parte de sus posesiones más valiosas entre ellas propiedades y costosas obras de arte. Estuvo como loco cuando se enteró que la herencia que Michael había heredado era bastante grande como para recuperar lo perdido e incluso hubiera podido invertir en nuevos negocios si se hacía en su totalidad de ella.

Por eso, el señor O'Connor fue hasta el hospital exigiendo a gritos recuperar la tutela de su hijo; para ese momento, los abogados ya habían entregado a Edmond el testamento de la madre de Michael; ella también dictaminó que nombraba a Edmond como albacea y por eso él podría administrar toda la fortuna por ser el representante y responsable legal de su hijo. Los abogados le recomendaron que tomara el primer barco que hubiera y se fuera para nunca volver porque el señor O'Connor estaba intentando recuperar la custodia de Michael. Por indicaciones de la difunta, ellos sólo lo demoraron unos días para evitar que impugnar el testamento antes de ser cobrado.

Edmond no lo dudó ni un momento y pasó ese día y el siguiente arreglando todo para su viaje. Para cuando el señor O'Connor, según lo previsto, fue a exigir verlo y que le devuelvan a su hijo, Ed estaba comprando cosas que necesitaba para el viaje por eso no estuvo presente cuando se presentó en el hospital. Debido al estado tan alterado en el que se encontraba el padre de Michael, no se le permitió verlo.

Alejando aquellos recuerdos, Edmond abrió el camarote y una vez dentro Michael se tranquilizó y después de mirar todo, se sentó en una de las camas y se quedó mirándolo. No podía saber exactamente qué pasaba por la mente de su joven paciente de quien ahora lo consideraba "su amor". Porque Edmond había caído enamorado de aquel joven que perdía la razón de la realidad y que muchas veces estaba en el limbo, tampoco le importaba que viera a personas muertas a su alrededor, muchos no lo entendían, pero Ed si lo hacía. Mientras el doctor se sacaba el abrigo y la chaqueta lo miró sonriente. El lugar era cálido y acogedor, Michael a pesar de su rostro mostraba inquietud, se veía mucho más tranquilo.

—Quiero que me toques Ed.
—Siempre… —le respondió emocionado y Edmond cerró con seguro la puerta. 

Las camas se encontraban a cada lado de las paredes con sus mesas respectivas y un ropero frente a ellas, pero eso no era importante, lo importante era que nadie ahora los separaría. Había escrito un telegrama al profesor y recibió la respuesta ese mismo día, en donde le aseguraba que lo esperaría en el puerto de Nueva York y de allí tomarían un tren hacia su nuevo hogar, sabía que ambos estaban a punto de vivir una nueva vida; por eso, ahora al verlo tan lucido y accesible, no podía dilatar más lo que deseaba desde que lo vio, hacerlo suyo. 

Poseerlo en cuerpo y alma. No quería dominarlo, quería hacerlo suyo completamente aunque sabía que no era correcto porque la ética profesional lo condenaba ya que eran doctor y paciente. Él estaba consciente que sería injustamente tachado y juzgado como enfermo, oportunista y hasta un abusador, sin embargo, su corazón ya no le pertenecía. Prenda por prenda se fue despojando de sus ropas mientras Michael seguía sentado mirándolo con aquellos ojos inocentes que tanto lo volvían loco. Su joven paciente se veía como un ángel, hermoso y virtuoso. 

Cuando estuvo totalmente desnudo y con su erección golpeando su vientre, Michael consciente o inconscientemente se lamió los labios, lento y sensual. Ed soltó un jadeo fuerte, pero no se le acercó, se quedó allí parado esperando. Como si entendiera lo que quería, Michael se levantó y comenzó a quitarse toda la ropa, él lo hacía un poco más aprisa, no estaba seguro si fuera con intención o sin ella pero al quedar desnudo su erección estaba en estado de atención, pero no completamente dura y supuso que era porque su bello ángel estaba nervioso.

—Michael, hoy quiero hacerte el amor. Hoy quiero estar dentro de ti.
— ¿Dentro de mí? —preguntó confundido.

Edmond caminó lentamente hasta estar frente a Michael, posó sus manos sobre los hombros de su nervioso amante y descansó su frente en la ajena. Elevó una silenciosa plegaria.

«Dios, perdóname por lo que haré, pero sabes que lo amo» suplicó mentalmente.

Suspiró y selló sus labios con los de Michael en un suave y lento beso. Su joven amor había aprendido muy bien a besar y era muy hábil ya que ahora sabía cómo chupar su lengua, como buscarla y cómo llevarla dentro de su garganta en busca de darle placer a Edmond. Ambos gimieron ante el duelo de sus lenguas que empezó una danza suave, lenta y erótica que nublaba toda razón y todo buen juicio. Michael rompió el beso, mostrando que ahora estaba totalmente excitado. Su voz se escuchara entrecortada y ansiosa. Ed podía estar seguro que podía escuchar curiosidad en aquella melodiosa voz.

— ¿Cómo dentro de mí? —repitió Michael.
—Dentro de ti...

Ed lo abrazó y lentamente bajó su mano por la espalda hasta sus nalgas y pasó la yema de su dedo índice por toda la ranura deteniéndose en su entrada. Automáticamente el cuerpo de Michael se tensó, pero la mirada de este estaba plantada en los de Edmond. 

Varias preguntas se dejaban ver en sus ojos hermosos tan claros como el mismo cielo. Edmond  volteó y vio un espejo de aquellos que eran de gran tamaño en donde uno podía verse de cuerpo entero, sonrió. Lentamente caminó con él muy pegado a su cuerpo para evitar separarse y así poder llegar al espejo y verse reflejados. Ambos estaban abrazados, pecho a pecho, ese movimiento hizo que Michael gimiera debido al roce.

—Mírate... eres hermoso y tu cuerpo es como un templo, el cual sólo yo tengo acceso.

 Michael volteó con timidez. 

En el reflejo que le devolvía el espejo, vio dos cuerpos desnudos, Edmond movía las caderas lentamente provocando un frote delicioso de sus miembros, aún tenía ambas manos en su trasero sujetándolo. En su rostro, pudo ver la lujuria que despertaba natural en él y sin perder más tiempo, se llevó sus propios dedos a su boca, los chupó con avidez. Una vez humedecidos los volvió a colocar en la entrada de Michael y comenzó a frotar la zona a modo de instarlo a que le dé pase. En un principio el cuerpo de Michael se puso algo rígido al momento que introdujo un dedo en aquella entrada virgen, pero luego fue soltándose a medida que lo iba sacando y metiendo con deliberada lentitud. Edmond comenzó otra vez con las caricias y los besos para que se relajara por completo.

—Mírate...

Dijo Edmond con voz ronca, mientras iba estimulando su entrada con suaves toques y círculos alrededor de la zona arrugada. Michael obediente y gimiendo se miró en el espejo. Él se veía tan hermoso para Ed, su pecho estaba agitado, sus ojos dilatados y su boca abierta emitiendo suaves jadeos, se veía algo confundido. Quizás, se estaba preguntando como una zona que era para evacuar, le estaba produciendo tanto placer al sentir aquellas caricias; de pronto, comenzó a mover sus caderas hacia atrás, en busca de más caricias, Edmond no lo decepcionó. Ahora, poco a poco, introdujo aún más el dedo haciendo que Michael se sobresaltara un poco, al parecer debido al placer que sintió. Ambos estaban mirándose en el espejo y la vista lo tenía al borde.

Cada vez encontraba menos tensión, su miembro estaba segregando líquido abundante y Michael no era la excepción y eso lo estaba volviendo loco del placer, no quería ser brusco, pero no pudo evitar introducir todo el dedo dentro de aquel túnel angosto, éste a su vez, arqueó la espalda y para su total éxtasis, vio cómo su boca se abrió y sus ojos cerrados con la cabeza hacía atrás emitió un fuerte jadeo. 

Edmond lo miraba fascinado, Michael movía sus caderas como poseído, sin pensarlo más introdujo otro dedo, haciendo que su joven amor ahora se estrellara contra su mano y su ingle, Ed emitió un gruñido de placer.

—Michael... ¿Te gusta?
—Sí. —respondió con voz agónica y ahogada.

Ahora ya tenía dos dedos dentro y los movía en forma de tijera tan efectivamente que fácilmente entró un tercer dedo. En uno de esos movimientos rozó la próstata de Michael haciendo que él gritara de placer mientras que su cuerpo se convulsionó e hilos de semen blanco bañaban sus pechos. El cuerpo de su amante estaba rígido, sujetándose de él con tal fuerza que le iba a dejar marcas, sacó sus dedos y lo llevó a la cama. Lo acomodó suavemente y le dio un beso suave en los labios, pero se levantó y fue hasta su maleta de mano y sacó una lata de vaselina. Regresó hacia la cama y se acomodó entre las piernas de Michael, quien lo miraba con ojos vidriosos de placer y una sonrisa exótica en su angelical rostro, él se veía como un sueño abandonado al placer. El doctor abrió la lata y la colocó a un lado de ellos.

—Michael... ahora voy a entrar en ti —le afirmó.
— ¿Ya no hiciste eso? —preguntó sin comprender a que se refería.
—No —tragó visiblemente Ed —ahora no voy a meter mis dedos, sino mi pene. Vas a sentir un poco de ardor, pero te prometo que pasara rápido y sólo sentirás placer, lo prometo —intentó explicarle. Al ver como la sonrisa desapareció de su rostro, se preocupó. No quería asustarlo pero tampoco quería mentirle ya que su cuerpo temblaba por la anticipación, su erección era ya dolorosa — ¿Confías en mí? —Michael respondió con la cabeza que sí. 

Eso fue suficiente para él ahora ya no podía esperar más, metió los dedos en la vaselina y untó toda su longitud. Respiró profundo, esa acción casi lo lleva al borde por eso necesitó sujetar la base de su miembro o se vendría con sólo aplicarse la crema viscosa. Sin esperar más, acomodó las piernas de su amante sobre sus hombros, se alineó y esperó un momento.

Mirándolo serio y ansioso le pidió que respire profundo y que se relaje, cuando vio que le obedecía metió la cabeza esponjosa de su miembro lentamente sintiéndolo tenso y necesitó de un par de intentos y juguetear con su entrada para poder tener mejor acceso. Cuando pasó por aquel anillo de musculo, Michael respiró profundo y abrió mucho los ojos. Edmond se tomó su tiempo para entrar lentamente en aquel túnel virgen, por momentos sólo retrocedía para luego volver a meterlo un centímetro más, él debía ser paciente. 

Al estar por fin dentro totalmente Michael otra vez estaba erecto y los jadeos de su joven amor eran fuertes, ese era el permiso que necesitaba para comenzar con un ritmo suave primero y a medida que iban aumentando los gemidos, el ritmo iba aumentando sintiendo una espiral de sensaciones abrumadoras mientras se estrellaba contra las caderas de Michael y él se perdía en el roce delicioso de aquella funda de carne.

Estaba perdido, ahora estaba completamente seguro que estaba enamorado y que jamás lo dejaría. Entre embestidas y gemidos, Michael llegó por segunda vez seguido por Edmond quien ya no pudo evitar dejarse llevar por su clímax. Un grito de placer por parte de ambos y sus orgasmos expresados físicamente con el líquido blanco que salía del joven, mientras que él bañada su interior con su propia semilla.

Sudor y algunas lágrimas de felicidad por parte de ambos fueron la conclusión emotiva de aquello por lo que Edmond había esperado. Miró a Michael que ahora tenía los ojos cerrados y su boca ligeramente abierta, él estaba cubierto de sudor y de su propio semen. Poco a poco salió del caliente cuerpo, caminó hacia una de las maletas, sacó una toalla de mano y la mojó con el agua de una jarra que estaba llena de agua. Se sentía mareado, alcanzó a limpiar a su ahora amante, mientras éste emitía suaves ronquidos, sonrió. Siguió limpiándolo y cuando terminó de limpiarse también él, jaló las colchas extras que estaban a un lado y cubrió sus cuerpos. Suavemente abrazó a Michael  quedándose rápidamente dormido.

Ellos estaban rumbo no solo a una vida feliz, sino a una vida totalmente nueva para ambos. 



»continua...

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