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viernes, 28 de septiembre de 2018

El hombre en el espejo parte final

San Diego – California
Muchos  años  después…


Eran las primeras horas de una mañana hermosa de primavera y todos los pacientes aún estaban en sus habitaciones. Edmond y Michael, ahora ya muy mayores, estaban en uno de los jardines privados del gran terreno que habían adquirido hace tiempo en una zona apartada. Ellos tenían su pequeño apartamento de una sola planta dentro de aquel terreno. Desde este jardín se veía a lo lejos, a un lado, la gran casona que servía de casa de reposo y hacía el otro un  hermoso parque federal que estaba protegido y resguardado de visitantes. 

En ese lugar, ellos no podían ser molestados y ambos estaban sentados en el sillón de paja favorito y sonrientes miraba hacia el horizonte. Edmond tenía su brazo sobre los hombros de su amante, mientras esperaban los primeros rayos del sol.


Cuando arribaron a América, hace tantos años atrás, vivieron un tiempo en la ciudad donde vivió Edmond de estudiante, hasta que en poco tiempo lograron conseguir el terreno perfecto para vivir. Este lugar tenía una hermosa casona tipo castillo la que acondicionaron para poder recibir a pacientes con problemas parecidos a los que Michael tenía. 

Como bien era sabido, él no solo padecía esquizofrenia, sino que también veía gente muerta que le hablaba y que por mucho tiempo lo estuvo atormentando al punto de acrecentar su enfermedad. Edmond junto a Richard Milano, su compañero de estudios universitarios y quien ahora era un renombrado Psiquiatra, pusieron a funcionar en esa casona una casa de reposo y de rehabilitación. No les gustaba el nombre de Psiquiátrico ya que eso hacía que los pacientes y la familia se sintieran incómodos.

Durante muchos años dieron una calidad de vida mejor y más placentera a todos sus pacientes, logrando tener un gran renombre. En ese lugar, nunca se usó el método de electroshock, por el contrario, ellos usaban sus conocimientos para guiarlos a que puedan manejar sus habilidades o problemas. Algunas veces, Michael apoyaba charlando con los pacientes, contándoles como él había aprendido a vivir con esas apariciones constantes, como manejaba sus momentos más tenso y como hacía frente a su enfermedad. 

Si bien él estaba medicado, sus periodos catatónicos eran casi inexistentes.

Michael había logrado tener una calidad de vida muy aceptable, incluso lo referente a lo sexual, aunque en los últimos años había disminuido considerablemente porque ellos ya eran personas muy adultas; pero, eso no impedía que ellos se amaran de muchas formas.

Sin embargo, el tiempo no pasaba en vano y ahora a Michael se le sumaba otro padecimiento y es que perdía la memoria sobre lo que hacía durante los días anteriores o en el mismo día. Muchas veces tenían que repetirle las cosas cuando él se quedaba en el aire perdido en sus pensamientos porque no recordaba lo que estaba haciendo.

Aunque Edmond ya estaba en los finales de sus sesenta años, aún tenía fuerzas para luchar por la salud de su amado, más ahora que el deterioro de la memoria era evidente y acelerado en  Michael. Durante todos estos años, ellos habían sido muy felices y Ed había escrito varios libros que tuvieron mucho éxito y aceptación en el mundo de la medicina del estudio mental. En esos libros hablaba de la esquizofrenia, los estados de catatonia de su amante y sus momentos de lucidez; todo fue documentado y publicado por una renombrada editorial. Siempre mencionándolo como paciente y no como amante. Tenía que protegerlo.

Con respecto a su entorno de íntimos amigos, hacía mucho que su profesor había muerto, al igual que Susan quien no faltó a ninguna de las fiestas de Navidad acompañada de su esposo. Sin embargo, un día no asistieron, luego llegó la triste noticia que ella había partido, poco después de haber fallecido su esposo. Ed y Michael no fueron al entierro de ninguno de ellos, porque no quería exponer a Michael a un viaje largo ni al choque emocional que la muerte de la exjefa de enfermeras podría ocasionarle a su estado de salud mental. Ambos la querían mucho y sabía que sería un revés para su enfermedad. El doctor Allen ya muy anciano pero logró escribirles contándoles que ambos estaban enterrados juntos, un par de años después el doctor Allen también falleció y ahora su mejor hijo llevaba la dirección del hospital tan bien como lo había hecho su padre.

— ¿Por qué estamos aquí? —preguntó de improviso Michael. 
Aún Ed, a pesar de los años transcurridos, podía escuchar la inocencia en sus preguntas y reacciones.
—Porque nos gusta siempre levantarnos antes del amanecer y ver el nacimiento de un día hermoso.

No recibió respuesta, pero Edmond no se preocupó, sabía que Michael se había perdido otra vez. Él sólo lo abrazó un poco más fuerte, mientras acomodaba la manta suave que cubría sus cuerpos que aún vestían pijamas y zapatillas de levantarse. 

Michael, era lo más hermoso que le había pasado en la vida, era muy feliz y a pesar de que tuvieron días difíciles por su enfermedad mental, él no los cambiaría nada de lo que habían vivido.

—Tenemos que llamar a Susan para que cuando venga nos traía esos chocolates que tanto nos gusta. —Volvió a hablar de pronto Michael.
—No te preocupes ya le escribí para que no lo olvide. —Le respondió Ed y le besó en los cabellos que ahora empezaban a mostrar canas a pesar de ser mucho más joven que él. Aun así, igual seguía siendo lo más hermoso que había visto nunca.

Era inútil que le dijera que Susan ya había muerto, él sólo entraría en crisis, Ed había aprendido a responderle lo necesario para que estuviera tranquilo. Tenía días en que está muy lúcido y otros en donde se perdía completamente lo cuales eran cada vez más seguidos y prolongados necesitando vigilancia permanente y especializada. 

Había días en los que Michael simplemente estaba fuera de toda realidad y sumado a sus lagunas de memoria hacían que esos momentos fuera muy duros para Edmond que no se alejaba de él en ningún instante. Él ya no atendía a pacientes hacía ya muchos años atrás para dedicarse única y exclusivamente a su amante. 

El enfermero de turno que lo ayudaba con Michael, siempre estaba a unos pasos de ellos por si su ayuda fuera necesaria.

—Ed, te amo. —Habló de pronto Michael y Edmond sonrió besándole en la frente, una lágrima rodó por su mejilla.

Michael podría olvidarse de todo, incluso algunas veces no reconocía a las personas que los rodeaban, pero jamás se olvidaba de él ni mucho menos del amor que ambos sentían.

—Yo también te amo mi ángel. —Respondió con la voz entrecortada por la emoción.

Escuchó un suspiro profundo y Michael apoyó su cabeza en el hombro de Ed y se quedó ahí sin moverse. El doctor miró hacia el horizonte, era un hermoso amanecer, los pájaros cantaban fuerte, algunos de los personales de la casona empezaban a moverse a lo lejos en clara señal de que su día de trabajo estaba empezando mostrando que la vida seguía.

Ed apoyó su cabeza sobre la de su amante y respiró profundo, estaba seguro que ahora su amor no veía aquellos fantasmas que durante tanto tiempo lo atormentaban porque ya no percibía su entorno ni su realidad. Edmond era consiente que llegaría el momento en que Michael se perdería por completo en aquel limbo; ese mismo limbo que lo reclamaba desde que era muy chico y que pudo dejar cuando él lo conoció y comenzó su tratamiento, el sacarlo de esos episodios que tanto mal le hacían fue duro pero por un tiempo lo había logrado.

Ahora empezaba un duro camino, un camino hacia lo inevitable.

Sabía que llegaría el momento en el que Michael no reconocería a nadie y que se convertiría en un muñeco al cual sólo vestirían, asearían y alimentarían. Todo aquello sería por culpa del estado de su mente. Ed no quería pensar mucho en que llegaría aquel desenlace del cual, Michael, terminaría por desconectarse por completo. Eso era inevitable y rogaba a Dios que aún no llegara ese instante en que lo perdería para siempre, pero en el fondo sabía que eso sucedería quizás más pronto de lo que quisiera.

Sucediera lo que sucediera, Ed, estaría siempre a su lado y jamás se separaría de él; por eso, siempre mantenía un espejo cerca de ellos, porque cuando miraba su reflejo eran los instantes en que podía ver aún a su joven paciente con él.

Aquel hombre en el espejo a pesar de los años, seguía manteniendo esa apariencia de ángel salido de las aguas y Edmond cuidaría de él hasta que llegue el día en que el señor lo llamara a su lado. Ed se encargaría de cuidarlo hasta el último aliento de su vida y estaba convencido que cuando partiera no pasaría mucho tiempo para que se le uniera en esa otra vida en donde seguirán amándose por siempre y para siempre.



Fin

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