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viernes, 28 de septiembre de 2018

El hombre en el espejo parte 4

Habitación del paciente Michael O’Connor


Michael poco a poco abrió los ojos, a pesar de que todo estaba un poco borroso y sentía dolor en los brazos se sentía más tranquilo porque la oscuridad por fin había desaparecido. Cuando pudo enfocar mejor la visión, ahí frente a él, se encontraban de pie aquellas personas nuevamente, unos hablándole sin sentido y otros mirándolo con desaprobación. Cerró los ojos otra vez y se quejó, no quería verlos, no quería oírlos, quería que lo dejaran en paz. Para su alivio una voz se dejó escuchar en medio de esa cacofonía insoportable, esa única voz que siempre traía paz a su caos.

—Hola... espero que se sienta mucho mejor —susurro su médico, él se imaginó que estaba sonriendo por su tono alegre— debe ya despertar, tiene que comer y si me lo permite quiero acompañarlo nos han traído ya la comida.
—Doctor Ed...


Abrió los ojos y vio que tenía razón, él le estaba sonriendo y sabía perfectamente que no sólo era porque despertó sino que estaba feliz de que lo llamara por el diminutivo que le pidió que usara para dirigirse a él y se notaba le gustaba sobremanera. Por alguna razón aquello hizo que se sintiera íntimo, para su alivio, el doctor comenzó a masajear sus brazos y hombros suavemente, sintió tanto alivio que no pudo evitar soltar un gemido. Esto al parecer sorprendió a su doctor. 

Aquella reacción le recorrió todo el cuerpo como corriente de éxtasis, después de recuperarse, sonrió.

—Tengo hambre... —habló con voz ronca.
—Entonces, comamos —sugirió Ed.

Lo ayudó a que se sentara, apoyo su cabeza a la cabera de la cama y suspiró profundo para intentar concentrarse en su médico y no en las entidades que estaban frente a él. Pero tuvo que cerrar por un momento los ojos, no soportaba verlos ya que él sólo quería estar a solas con su doctor. 

No, no con su doctor, si no 'con su salvador'

—Tiene que abrir los ojos, ya durmió demasiado. Es hora de comer algo ¿recuerda? —le habló suavemente Ed.
—Diles que se vayan —Pidió, en clara alusión a los que veía en su habitación. Abrió los ojos y vio como Ed se quedó mirándolo preocupado.
— ¿Qué se vayan? —Preguntó con cautela, pero rápidamente le sugirió  — ¿Porque no les dices que no te molesten? —Michael se quedó mirándolo por un momento meditando sus palabras.

« ¿Habría escuchado mal?»

Todo era tan extraño cuando se sentía lucido, parecía vivir en dos mundos a la vez. Se daba cuenta de muchas cosas que sucedían a su alrededor porque era como mirar más claro. Se preguntaba por qué su doctor nunca negaba ni trataba de evitar el tema cuando le hablaba de las personas que él veía o escuchaba. Siempre lo trataba como si fuera una persona normal y no como lo que realmente era, un loco. Los anteriores médicos lo trataban como si no existiera, hablando de él como si no estuviera presente, lo mismo hacía su propia familia. 

A ninguno de ellos le importó nunca. 

Sus ojos se concentraron con los del doctor, por un momento mágico, no escuchó ni vio a nadie más que a Ed. Michael quería siempre mirarlo, parecía que cuando lo hacía todo lo demás no importaba y desaparecía haciéndolo sentir seguro y normal.

—Michael, tienes que comer. —La voz de Ed era baja, íntima y hasta un poco agitada —Por favor, debe ingerir alimento —Notó que se corrigió al hablarle y su voz sonó seria como si solo fuera el doctor que lo atendía y él quería que sonara como Ed, su salvador.
—Me gusta cuando dices mi nombre y me hablas con confianza. Me hace sentir querido, como si fuera alguien cercano a ti. Por favor... hazlo así siempre porque no suena lejano, ni distante.
—Vamos a comer Michael, se enfría —le dijo con una sonrisa aceptando su petición.
— ¿No me preguntas quiénes son? —Michael no quería dejar pasar el tema.
—Una vez, me comentaste que veías y escuchabas personas a tu alrededor. Dijiste que te hacían sentir incómodo. Aquello me lo contaste en una de nuestras primeras charlas —le dijo mientras colocó la bandeja con su comida sobre sus piernas y después se sentó en la silla con su propia bandeja de comida y comenzó a comer, mientras le respondía iba comiendo —Pienso que deberías decirles con firmeza que se larguen. Que te dejen en paz. No les des la fuerza para qué te hagan sentir mal ni incómodo. Tu debilidad es la fuerza de esos que te acechan.
—Lo hice una vez —respondió Michael mirándolo asombrado— pero siempre vuelven.
—Entonces los vuelves a echar. No puedes ceder, jamás puedes darles espacio para que rijan tu vida —le dijo tranquilamente mientras saboreaba su carne asada.

Michael comenzó a comer lentamente. Miraba a las tres personas que tenía enfrente, uno era una mujer con un vestido muy antiguo parada en la ventana mirándolo atormentada. Los otros dos eran dos hombres que estaban discutiendo fuerte. Por momentos lo miraban con furia y le gritaban a él, haciéndole señales.

— ¡Largo! ¡Váyanse! ¡Me tienen harto y quiero que me dejen comer tranquilo!  —gritó de pronto. Eso hizo que Ed diera un respingo haciendo que Michael riera.
—Seguro que con ese grito se fueron —dijo algo avergonzado por su reacción el médico.
—Sí —Michael vio que ellos habían desaparecido— se fueron, al menos por ahora.
—Qué bueno. —Le sonrió y ambos terminaron su comida en silencio. 

En algunos momentos, Michael sentía que se perdía en un vacío y luego salía, se daba cuenta que su doctor lo notaba claramente por su mirada; por eso cuando terminaron, Michael lo miró fijamente, él necesitaba ir al baño.

—Necesito un baño y orinar, aunque no necesariamente en ese orden.
— ¿Te importaría que te ayudara? O prefieres a un enfermero...

******

Edmond estaba nervioso y en su pregunta no pudo evitar la nota de resentimiento en su voz. Sabía que estaba mal, pero deseaba ser él quien lo tocará, pero tenía que controlarse.

—No, no quiero que nadie más venga. —Le dijo sonriente como si fuera un niño esperando que lo alzara, levantó los brazos para que Ed lo ayude.

Con ello le decía que era a él a quien quería para llevarlo. Con mucho cuidado lo ayudó a salir de la cama, no sin antes dejar las bandejas a un lado. La bata que tenía estaba remangada dejando ver el gran pañal de tela que le habían puesto. Michael se incomodó, pero Ed no prestó mayor atención. Lo ayudó a levantarse y caminaron hacia el baño.

Una vez dentro miró a todos lados, era un tonto, debía pedir agua caliente para bañarlo. Cuando intentó salir del baño, Michael lo detuvo suponiendo donde iría.

—Deseo agua fría, odio que me bañen con agua caliente, eso hace que me queme la piel.
—Porque no lo dijiste antes —preguntó asombrado el doctor.
—No siempre escuchan, otras veces, no llego a decir lo que pienso.

Su expresión fue una mezcla de tristeza y vergüenza. Ed no dijo nada más y comenzó a sacarle la bata. Lo primero que vio fue el pecho delgado de Michael, sus discos cafés estaban llamando a ser probados, pero tenía que guardar el control. Se lamió los labios rápidamente y trago saliva decidiendo que debía ser profesional ante todo. Después, le comenzó a quitar el horrible pañal que traía. Empezó a desatar el intrincado cordón de tela que lo sujetaba, cuando por fin lo pudo sacar pudo ver con horror que estaba cargado con orina seguro, no quiso pensar desde cuando no lo atendían como debía. Pero no pudo llegar más lejos de ese pensamiento ya que lo que tuvo frente a su vista lo dejó sin aire.
Michael estaba con una enorme erección y Ed casi cae de rodillas ante aquella vista. No podía alejar su mirada de aquel eje dispuesto y despierto. Intentó controlarse, su paciente estaba lucido, más lúcido de lo que jamás lo vio y por eso tenía que esconder su deseo. Agradeció a la bata de médico que escondía su propia erección. 

Sin embargo, estaba seguro que no pasaba lo mismo con su rostro.

— ¿Porque está así de grande? —preguntó con inocencia mientras Michael veía su miembro con algo de asombro.
—Porque... —Las palabras no le llegaban con coherencia y se sintió muy incómodo, Ed sabía que Michael era totalmente ajeno a las sensaciones sexuales. Así que tenía que ser profesional, se repetía sin cesar, a pesar de que su cerebro estaba sin ninguna gota de sangre porque toda se había ido a su miembro evitando que pudiera pensar con claridad— es que tienes ganas de orinar, ¿recuerdas? —logró hablar aunque su voz era un rugido de necesidad.
— ¿Orinar? —Vio que dudó un momento y luego se notó claramente cuando la comprensión llegó a su rostro —entonces iré a orinar. —Dijo tranquilo mientras caminaba hacía el inodoro, indiferente a su propia desnudez y vacío su vejiga.

A su vez, Ed, con manos temblorosas abrió el caño de la ducha haciendo que la tina se llenara, lo bueno que tenía ese hospital eran las duchas que se habían instalado para facilitar el baño de los pacientes. Necesitó hacer algo, se negaba a voltear porque si lo hacía vería las nalgas de su joven paciente y eso sería su perdición. Así que sólo atinó a probar el agua con su mano, aunque sabía que el agua estaba muy fría, pero en ese momento era lo mejor que se le ocurría.

Necesitaba con urgencia bajar su libido, así como su propia erección, antes que hiciera algo que luego se arrepintiera. Rápidamente se mojó el rostro intentando que refrescar su piel que la sentía en llamas. De pronto, se sobresaltó al sentir una mano en su hombro. Volteó dejando que gotas de agua le chorreaba por su rostro y se perdieran en el cuello de la camisa que llevaba. Michael estaba mirándolo con una expresión de preocupación.

—Ya oriné y sigue grande, duele un poco... siempre se pone duro.  —Le dijo con tal confianza que sintió que podía venirse en sus pantalones en ese preciso momento. 

«Dios, me iré al infierno» pensó resignado.

Se dio cuenta que después de todo, la erección de Michael no era por su necesidad de orinar. Eso era la naturaleza de todo hombre, pero igual no pudo evitar sorprenderse ante lo que le dijo.

— ¿Cómo? —soltó la pregunta más estúpida que alguna vez hizo.
—Cuando estás tú, mi pene siempre se pone así, siempre ¿por qué? —Michael le informó con curiosidad. 

Edmond cometió el error de bajar su mirada y vio que se tocaba y estaba seguro que no era algo consciente, pero igual tuvo que sujetarse de la base de la tina para evitar caerse. La inocencia que transmitía era tal que lo asustó. 

No podía creer que le estuviera diciéndole abiertamente que tenía erecciones cuando estaban juntos. A pesar de que sabía que muchas veces él estaba perdido en el limbo de su mente, había momentos en que estaba muy conversador como ahora. Sin embargo, ¿por qué decirle eso justo cuando le ayudaría a bañarse? 

Ed tragó visiblemente y pasó la mano mojada por la cara intentando calmar su libido, se sentó en el borde de la tina e intentó explicarle lo que él mismo no sabía cómo. Para eso tuvo que cerrar un momento los ojos y respirar profundo, tenía miedo que sus labios salieran gemidos y no palabras. Alzó la mirada y la fijó en esos hermosos ojos que lo miraban expectantes.

—Michael, el cuerpo de un hombre responde a ciertos estímulos. Puede ser por ganas de orinar, por haber pasado algo que te haga sentir bien o exaltado... A veces un golpe de adrenalina, un suceso que nos impresione… —Ed se estaba mareando con lo que le decía— Es normal no te preocupes, en cuanto te bañes se te bajara. —Dijo finalmente rendido por intentar explicarle nada.

Evitó comentar algo sobre la reacción que tenía en el cuerpo de su paciente cuando estaban juntos. Ed se sujetó fuerte de los bordes de la tina, porque si no lo hacía lo abrazaría y lo besaría, lo que estaría muy mal. Un movimiento bajo su visión llamó su atención y tuvo que sujetarse aún más fuerte de su asiento improvisado porque casi cae hacia atrás. Michael estaba acariciándose ahora con brusquedad, era notorio que no buscaba darse placer, más parecía que estaba examinándose a sí mismo, cuando un gemido salió de sus labios. Ed no pudo más y tomó las manos de Michael deteniendo su acción. 

Cerró por un instante sus ojos, cuando los abrió intentó hablar claro, aunque su voz sonó rasposa y necesitada. Estaba a punto de perder el poco control que tenía, porque su mano rosó la suave piel aterciopelada en su intento por detenerlo y eso casi lo hace gemir de placer.

—Michael, no hagas eso, no de esa manera, no delante de nadie.
— ¿Qué no debo hacer? —preguntó mirándolo a los ojos. Se notaba que no entendía a qué se refería.
—Tocarte. —fue lo único que pudo decir.
— ¿Tocarme? —le preguntó con inocencia en su voz, mientras él lo miraba fijamente y sólo le respondió asintiendo con la cabeza— En ocasiones lo hacía, —le confesó— cuando estaba en casa y la medicina se iba. Simulaba estar dormido, porque me di cuenta que así me dejaban solo durante el día completo y descubrí que si me tocaba se ponía grande y luego me hacía sentir bien cuando algo blanco salía de mí. Jamás me pasó cuando alguien estaba cerca de mí hasta que te conocí.
—Los enfermeros... —Ed necesitaba saber si alguien lo había tocado más de lo debido— ¿Te han tocado allí de esa manera?
—No —le respondió— no como me tocaba. ¿Porque lo harían ellos? —Después de un silencio, añadió— Aunque yo quiero que tú lo hagas. —Ed cerró los ojos nuevamente por un instante y cuando los abrió no sabía que decirle. 

Lo soltó para luego sujetarlo de sus hombros y juntó su frente con la de Michael. Él se iría directo al infierno ¿cómo detenerse? Se preguntó en ese momento si tocarlo y hacerlo suyo era lo que más deseaba. Estos momentos en que su paciente estaba lucido y conversador, eran maravillosos; sin embargo, sabía que en cualquier momento él se perdería en su mundo. Ed lo deseaba más que nada en el mundo, aunque luego se fuera directo donde satán lo estaría esperando con los brazos abiertos y una gran sonrisa.

—Michael, jamás debes decir de esto a nadie, prométemelo.

Se sintió terrible por pedirle eso, pero no podía controlarlo más, lo deseaba como a su propio respiración. Con esto había firmado su sentencia, lo miró y vio que estaba intrigado pero asintió con la cabeza.

—No le he diré a nadie nada, sólo hablaré de esto contigo.

Ed no pudo soportar más y bajó su cabeza hasta llegar a la provocativa boca de Michael, cuando sus labios chocaron levemente, lo que sintió fue explosivo e hizo que quisiera más, hechizado por los labios ajenos degustó su sabor. Éste era lo más delicioso que jamás había probado. Él había estado con otros hombres antes a escondidas y fueron encuentros furtivos, pero Michael era especial. Su beso fue suave. Poco a poco fue demostrándole a su paciente como debía responder al beso, encontrando que era un muy bien alumno tácito y para cuando lo presionó a su cuerpo ambas erecciones se frotaron. 

Michael estaba jadeando y temblando. Eso hizo que rompiera el beso y con ojos flameando de lujuria, sin decir nada más, Ed lo dejó parado en ese lugar. No demoró nada, solo fue a cerrar con seguro la puerta del baño y cuando regresó se quitó toda la ropa. Estuvo desnudo en segundos y se metió al agua la que sintió fresca en vez de fría. Tomó la mano del joven que había estado mirándolo con mucho interés cada uno de sus movimientos y se dejó jalar dentro de la tina. Ed hizo que Michael se sentara sobre él y comenzó a bañarlo sin decir una sola palabra. Su joven paciente estaba sentado sobre su erección haciéndolo que se estremeciera, deseaba estar dentro del delgado cuerpo que tenía sobre él, pero en ese momento era más importante lo que sentía Michael.

Comenzó con la esponja a mojar todo el cuerpo delgado que tenía encima. Con caricias hizo que su paciente jadeara en todo momento mientras besaba su cuello y el lóbulo de su oreja. En un momento, Michael estaba restregando su trasero en su ingle y la fricción lo volvió loco. Tomó las caderas del joven y lo comenzó a moler sobre su erección.

—Ed... ─ gimió Michael arqueando la espalda —Ed...
—Shh... Sé lo que necesitas, pero aún no estás listo. — Le dijo con la voz totalmente entrecortada por el deseo. 

Una de sus manos fue a la erección de Michael y comenzó a masturbarlo haciendo que este quedara mudo. Su boca abierta y sus ojos cerrados y luego dejar escapar sin censura los sonidos más eróticos que jamás escuchó, eran una hermosa vista. Ver el cuerpo de su paciente tomando vida y ver sus reacciones y movimientos tan naturales que eran sensuales, haciendo que el agua se moviera por todos lados mojando todo alrededor. Era mucho mejor de lo que jamás se lo había imaginado, ni en sus más alocadas fantasías, pero esto era real y a pesar de que eso no era correcto, no le importó. 

Ahora era el momento que Michael despertara a nuevas sensaciones, algo dentro de Edmond estalló de felicidad al darse cuenta que el responsable de ello era precisamente él. Eso lo hacía sentir poderoso, se sentía grande y con determinación movió con más firmeza su mano por toda la longitud, desde la base hasta la punta de su miembro, él a su vez, molía su trasero con frenesí en la erección de Ed. Un grito ahogado salió del joven cuando se corrió. 

Inmediatamente fue amortiguado el grito por la mano del doctor en la boca de su paciente para evitar que alguien lo escuchara. Ed sintió como el cuerpo que tenía sobre él se ponía rígido y su propio orgasmo lo tomó por sorpresa tan fuerte que lo dejó sin aliento. Sólo atinó a abrazarlo fuerte mientras los dos eran consumidos por sus respectivos clímax. Para Ed, fue el más maravilloso que jamás hubiera sentido, aquello fue el despertar de la pasión que había entre ellos.

Después de unos minutos en el que Michael estaba en silencio y su respiración ya estaba controlada, Ed lo beso en los cabellos. Este suspiró sin decir nada y solo se limitó a mirarlo intensamente en todo el rato en que el doctor lo sacó de la bañera, lo secaba y le ponía la ropa seca en una banqueta que había en el baño. Se negó a volverle a poner ese horrible pañal lo que al parecer Michael notó ya que le sonrió, después lo llevó a la cama y este se acurrucó en su almohada, con un fuerte suspiro se quedó profundamente dormido.

Ed se sentó en el borde de la cama ya vestido acariciándole el brazo con ternura hasta que todo lo sucedido hacia unos momentos volvió a su mente con tal velocidad que casi se tambalea en su lugar, cerró los ojos y sus caricias se detuvieron abruptamente. Estaba muy mal lo que hizo, pero no pudo evitarlo, lo deseaba y ahora sabía que Michael también, la atracción era mutuo pero no podía evitar sentirse partido en dos. Era su médico, en cierta forma se había aprovechado de su situación y disfrutó del cuerpo de su paciente, el cual se notaba que tenía mucho por dar ¿Quién podría detenerlos? si eran lo que deseaban en ese momento.

—Doctor McGregor.

Esa voz lo trajo bruscamente a la realidad dejando a su retorcida lógica a un lado. Retiró la mano un poco más rápido de lo que debió, volteó asustado y vio que era una de las enfermeras del área.

—Sí... —Se sentía aturdido y no sabía qué decir.
—Doctor, usted debe descansar —dijo con voz suave mientras se acercaba a la cama. Acarició los cabellos húmedos de Michael y sonrió— ¿Por qué no avisó para que lo ayudaran a bañarlo?
—No tuve inconveniente —le informó rápidamente y un poco molesto sin saber exactamente la razón de su reacción— no fue un problema bañarlo —intentó nuevamente con más amabilidad— más bien quiero que le dejen de poner esos incómodos y horribles pañales, vi que lo lastimaba, prefiero que estén atentos para que lo lleven al baño.

La enfermera se alejó un poco de Michael y asintió solemnemente. Aquella mujer bordeaba los cuarenta y se veía muy profesional, Ed que se había levantado de la cama la miraba con seriedad. Quería que se fuera. Él tenía que ir a descansar pero quería despedirse con un beso y con ella presente no lo podía hacer.

—Les informaré a los enfermeros y lo anotaré en su cartilla. Por favor, antes de irse ¿podría pasar por enfermería y firmarlo? —ella caminó hacia la puerta y espero a ver si la seguía.
—Sí, primero quiero confirmar que esté bien dormido.

La enfermera sonrió y se dio media vuelta, cerrando despacio la puerta. Ed no sabía si su conciencia era la que le jugaba una mala pasada, pero podía jurar que la enfermera sabía lo que quería hacer. Sacudió su cabeza a modo de disipar esos pensamientos. Nadie podría saber que él tenía gusto por los hombres, mucho menos saber lo que hacía con uno de ellos, ni saber lo que había sucedido unos momentos antes entre ellos.

Respiró profundo. Miró como Michael no se perturbó con la presencia de la enfermera y sonrió, mientras se subía con cuidado a la cama, beso suavemente los labios entreabiertos de Michael, este ni se movió, sólo exhaló débilmente. Ed deseaba tanto quedarse a dormir con él, pero no podía. No debía. Con un último beso, se levantó y salió de la habitación rumbo a la enfermería para firmar las indicaciones para Michael.

A partir de hoy no dejaría de ir a verlo, no después de lo que pasó entre ellos. Ahora Michael era suyo y no dejaría que nadie lo tocara nunca más.

Al día siguiente, Ed prácticamente corrió hacia la habitación de Michael luego de atender su horario; al llegar, entro y lo vio sentado en la ventana, mirando a la nada. La enfermera que estaba sentada en el sillón le sonrió, dejó el libro que había estado leyendo en la mesa de noche, se levantó y luego de una reverencia salió de la habitación dejándolos solos. Ed fijó su mirada en Michael y su corazón se contrajo al ver lo perdido que se veía. 

Otra vez estaba en el limbo.

Camino lentamente hacia él, se puso en cuclillas y lo quedó mirando por un momento. A pesar de que le tomó de la mano, no reaccionó y eso lo hundió más. Él tenía la esperanza de verlo tan lucido como el día anterior y deseaba besarlo y abrazarlo pero seguro que no recordaba lo que pasó entre ellos y ese pensamiento lo desgarró. Sabía en el fondo que eso podía suceder pero igual le dolió. Soltó su mano y se levantó para jalar un taburete pequeño para sentarse a su lado.

Por casi una hora estuvo en silencio mirando hacia la nada igual que su paciente. Ambos perdidos en sus mundos, cuando de pronto la voz de Michael se dejó escuchar.

—Desperté y no te vi. —su voz era plana pero con un tinte ligero de temblor.
—Lo siento —respondió sin poder ocultar su emoción, no lo olvidó— quería llegar antes que despertaras pero tenía que atender unas cosas —intentó explicarle sin dejar de mirar por la ventana al patio. De pronto sintió la mirada de Michael sobre él.
—Quiero que me beses otra vez —escuchó su petición y su corazón sé perdió un latido por la emoción. 

Ed lo miró aturdido. No supo qué hacer, pero antes que pudiera decir o hacer algo, alguien entró en la habitación.

—Doctor tiene visitas —le informó Susan, mientras los miraba seria. Ed se sintió incómodo, no sabía porque ella se veía molesta, seguro nada bueno podría ser.
—Gracias, iré en unos minutos —miró a Michael que en ningún momento le quitó la vista —volveré más tarde, —aseguró— iré a ver quién me busca, no tengo programado ninguna cita para más tarde, así que dudo que demore. 

Comprobó que Susan se hubiera ido y le dio un suave beso en los labios. Michael le sonrió y lo jaló hacía él para hablarle al oído. Ed se agachó un poco más y sintió el aliento de su paciente en la piel.

—Espero por ti para que me bañes.

Ed cerró los ojos por un instante intentando encontrar control ante esa petición, pero cuando los abrió, vio con tristeza que Michael otra vez estaba con la vista perdida. No sabía qué hacer ni que decir y tampoco quería irse. 

¿Habría querido decir lo que dijo? O ¿Era sólo un eco del recuerdo por lo que paso ayer? 

Maldijo por no poder quedarse. 

Resignado le dio otro beso en los cabellos y salió rápidamente. 

Cuando estaba fuera de la habitación se detuvo al ver en una de las sillas, frente a la habitación que se encontraba la misma enfermera que salió cuando llegó esperando que saliera, al notar que ya se retiraba sin decirle nada entró para quedarse cuidándolo. Había olvidado decirle que se quedaría más tiempo, pero por fortuna no lo hizo. No le gustaba dejar solo a Michael y agradecía que estuviera ahí para atenderlo y cuidarlo.

Caminó rápidamente hacia su consultorio, pero al llegar a la estación de enfermeras, Susan se le acercó y lo jaló a un lado para que nadie los escuchara. Ed estaba algo confundido por la actitud de ella, sin embargo, no protesto y se dejó guiar hacia uno de los consultorios vacíos, una vez dentro, ella le habló con premura y fastidio.

—Edmond, en tu consultorio está el padre de Michael.
—Que... ¿Qué hace aquí? ¿Quiere llevárselo? —Su miedo habló por él, eso lo aterró y al parecer la enfermera se dio cuenta.
—No lo creo, pero lo que quiera no debe ser bueno para Michael. Por favor, ve y vela por el bienestar de él.

Ed no entendió bien lo que le quiso decir, pero la esencia si entendió. Él lo cuidaría con su vida, se acomodó la ropa y fue hacia su consultorio. Al llegar y entrar, lo primero que vio fue a un hombre de gran porte junto con otro señor un poco más bajo. Era, como bien le había informado Susan, el padre de Michael quien se levantó y lo quedó mirando serio. Ese hombre era una estatua de cera, un escalofrío lo recorrió pero intentó ser indiferente.

—Buenos días Señor O'Connor a que debo el honor de su grata visita. 

Lo saludo respetuosamente intentando esconder el pánico que lo embargo al llegarle imágenes de él con su hijo en la bañera. Su mente lo estaba traicionando y por un momento sintió que le faltó el aire, pero se repuso rápidamente.

—Doctor McGregor.

Correspondió el saludo acompañado de una leve inclinación. Sin embargo, para nada sonó agradable, Edmond lo ignoró y fue a sentarse en el sillón de su escritorio y sus visitantes también se sentaron.

—Iré al grano doctor. He tenido algunos inconvenientes y por eso no tengo más opción que retirar a Michael de aquí. No es grato para mí, pero debo admitir que no podré seguir pagando por su atención y por eso estuve buscando un lugar donde lo puedan aceptar permanentemente por un módico precio.

Edmond se quedó en blanco ¿qué era lo que escuchó? No podía ser cierto lo que le dijo. Veía como los labios del padre de Michael se movían explicándole las razones por la que se lo llevaría, pero él no podía entender absolutamente nada. Sólo sabía que deseaba salir corriendo y llevarse lejos a Michael.

— ¿Doctor? 
—Usted no se lo puede llevar. —Dijo indignado Ed y el señor O'Connor lo miró asombrado por un momento aunque rápidamente enmascarar su expresión a una de total molestia.
─Mire doctor, Michael es sólo un estorbo y este hospital es muy caro. Aunque no le debo explicación alguna, se la daré. Tengo un gran proyecto entre manos que necesita de una gran parte de mis ingresos. El pagar este lugar cuesta mucho dinero, dinero del que necesito disponer. Sin embargo, me han hablado del centro de la ciudad, donde hay unos albergues que lo pueden aceptar por un módico precio. Y me han asegurado que lo vigilaran, incluso lo tendrán bajo llave y debidamente custodiado para evitar que se pueda escapar... aunque en su estado, dudo que eso sea posible.

De pronto, Ed se levantaba bruscamente de su asiento y lo miraba con ojos salvajes. No podía aceptar lo que escuchaba. El padre de Michael quedó en silencio ante el actuar imprevisto del doctor se notaba que era un gran negociador, en ningún momento se ofuscó, él era un tempano de hielo.

—Con el debido respeto, Señor O'Connor, pero su hijo no necesita estar en uno de esos lugares. He visto esos sitios y no atienden a las personas enfermas con el debido profesionalismo. Su hijo necesita cuidados especiales, él ha tenido mejoras, él podría...
—Doctor McGregor —lo interrumpió el señor O’Connor, levantándose también de su asiento totalmente rojo de la ira algo que distaba mucho del aire despreocupado de hacía solo un instante —conozco a ese chico, y le aseguro que él está totalmente perdido en ese mundo de locos en el que cayó desde que tenía uso de la respiración. Él nació dañado y no tengo la intención de seguir manteniendo a un ser incapaz de reconocerse ni a sí mismo al espejo —tomó su sombrero y se dirigió a la puerta, antes de salir volteó a mirarlo— mañana vendré a liquidar la cuenta de Michael.

Después de decir eso salió del consultorio sin mirar atrás seguido de aquel otro hombre que en ningún momento dijo nada. Edmond estaba en shock no podía creer todo lo que había escuchado y casi enseguida entró Susan y fue directamente hacia Ed.

— ¿Qué sucedió? —Preguntó preocupada la mujer mayor— ¿qué quería el señor O'Connor aquí?
—Quiere llevarse a Michael para internarlo en un albergue del centro de la ciudad —la voz de Ed era de frustración y desasosiego. Susan dio un quejido de horror— dice que necesita todo su capital para un nuevo negocio... —miró a la enfermera aterrorizado de lo que le pueda pasar a Michael en ese lugar— ese hombre ni siquiera le dice hijo, lo trata como si fuera menos que un animal, ¿qué le pasa a ese hombre?
— ¡Qué vas a hacer Ed, no se lo puede llevar! —Susan lo sujetó fuerte de los hombros intentando hacerlo reaccionar.

Edmond comenzó a entrar en pánico. Se soltó del agarre de Susan y comenzó a caminar por todo su consultorio aterrado ante la idea de que mañana sería el último día en que viera a Michael. Miles de ideas se le cruzaron por la cabeza, una más loca que la otra; pero en todas, siempre ambos terminaban juntos. 

No sabía qué hacer, no lo podía perder, no ahora.

—Edmond, escuché, tiene que hablar con Bernied. Él es un buen hombre, estoy segura que le ayudará.
— ¿Qué? —Ed se detuvo y la quedó mirando— ¿A qué se refiere?
—El doctor Allen le tiene cariño a Michael porque sabe todo lo que el pobre muchacho ha pasado. Él podría ayudarlo.
—Éste es su negocio. Dudo que lo quiera tener como huésped eterno —le dijo casi sin esperanza en su voz.
—No, pero al menos podría tenerlo por un tiempo, hasta que podamos saber cómo ayudarlo.

Eso le pareció una buena idea, pero aún seguía siendo arriesgado y dudaba que el director aceptara tener a alguien gratis, sea por el tiempo que sea. Quería desesperadamente ganar tiempo pero… ¿Hasta cuándo y que haría luego? Comenzó a preguntarse una y otra vez. 


****** 

El día pasó lentamente. Estaba tan asustado que fue a la habitación de Michael cinco veces y en todas lo encontró en el mismo lugar donde lo dejó temprano cuando lo fue a ver, sentado y con la mirada perdida, sin darse cuenta que Edmond entraba. Por las enfermeras, se enteró que comió y cuando lo llevaron al baño, no dejó que nadie lo bañara. 

Era política del hospital no forzar a los pacientes, pero sabía que si no se aseaba le darían un tranquilizante lo suficientemente fuerte para dejarlo como un maniquí y poderlo asear. Él no permitiría que lo mediquen para controlarlo. Por ello, casi al anochecer volvió para darle su baño. Cuando pasó por la recepción de las enfermeras, les informó que él se encargaría de asearlo y que si necesitaba ayuda se los haría saber. Después de dejar indicaciones extras fue hacia la habitación de su paciente y cerró la puerta con llave.

Michael estaba sentando en su cama mirando hacia el espejo no con la mirada perdida sino como si estuviera viendo a algo que estuviera delante de este, eso lo tomó un poco por sorpresa. Inmediatamente se sobrepuso y se sentó a su lado.

—Michael, debes tomar tu baño.
—No quiere irse. Le dije que lo hiciera, pero no me hace caso —la voz de Michael era distante y con tonos de cólera, un ceño fruncido opacaban la tierna cara del joven.
—Quizás, quiere decirte algo especial —sugirió Ed, al ver que otra vez Michael estaba viendo a alguien.

Edmond sabía que para Michael, esas personas eran reales. Quizás, eran espíritus que se le presentaba. Él sabía que existía esa opción ya que el mismo había visto a algunos en su adolescencia. Michael lo miró con curiosidad y le sonrió, luego volvió a mirar hacia el espejo. Por un momento pensó que estaba otra vez en blanco, pero no era así, estaba concentrado.

—Quiere que le diga a su hijo que está actuando mal.
—¿Y te dijo quién es su hijo? —Preguntó Edmond muy intrigado. 
—Mi padre.

Aquello lo dejó impactado. 

«¿Sería cierto que su abuelo fue a buscarlo? ¿Qué fue a decirle que su padre era una mierda?» pensó Ed y no supo que decir.

Si su abuelo sabía lo que paso ese día era muy probable que supiera lo que pasó con su nieto en el baño el día de ayer, entonces le podría decir que él era un enfermo y que pidiera ayuda. Eso lo aterró, se sintió desnudo y totalmente avergonzado, expuesto; la mano de Michael tocó la suya, sonriendo como si supiera lo que él estaba pensando.

—Mi abuelo dice que eres un hombre bueno, quiere que no dejes que me separen de ti —la voz de Michael era suave, Ed no pudo evitar sentir paz con su toque. —Sé que nadie me alejará, tú eres mi salvador, tú me defenderás.

La convicción que escuchó y sintió por las palabras de Michael casi lo hace derramar lágrimas. Él pensaba que era su salvador que lo defendería de todo y eso precisamente quería hacer pero no sabía cómo.

—Michael —Ed tragó saliva. Estaba consciente que quizás no sería prudente que sepa sobre lo que su padre iba a hacer. Sin embargo, él tenía derecho de saber que se lo querían llevar —tu padre vino hoy... quiere llevarte a otro lugar.
— ¿Dónde iremos? ¿Dejará que te sientes conmigo en el tren? No quiero sentarme solo —habló con tal inocencia que pensaba que se irían juntos. Él no quería dejarlo pero ¿cómo impedirlo? —él nos quiere separar ¿no es así? —fue más una afirmación ante la reacción notoria de Ed. Su amado era demasiado inteligente como para pensar que era un ente sin vida ni raciocinio. 
—Nadie debe saber esto, pero quiero estar contigo por el resto de mi vida Michael. Quiero estar a tu lado y estar contigo... hacerte sentir bien...
— ¿Y porque nadie debe saberlo?
—Por qué no se ve bien que dos hombres... —Edmond se quedó callado, quería gritar sobre su interés por su joven paciente pero eso era imposible, enfermo y prohibido. Dos hombres jamás podían estar juntos de forma romántica, pero él lo deseaba—. Michael... tu padre no te separará de mí, no te preocupes.

Le aseguro al final, mientras lo abrazó fuerte intentando calmar su inquietud creciente por la amenaza de separarlos. Michael hundió su rostro en su pecho, sintiendo poco a poco que se tranquilizaba. Quizás, no entendía la situación real ya que era como un niño perdido y atrapado en el cuerpo de un adulto. Su mente estaba atrapada en los ocho años debido a sus problemas psiquiátricos, pero eso no impedía que él entendiera lo que le rodeaba. Ed estaba resuelto a no permitir que los alejaran, así tenga que raptarlo y llevárselo lejos. 


»continua...

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