Buscar este blog

Safe Creative©

©Todos los derechos reservados.

viernes, 28 de septiembre de 2018

El hombre en el espejo parte 1

Hospital Privado Psiquiátrico Germanio Allen Londres –1910


—Doctor McGregor, si no me necesita, desearía poder retirarme a mi hogar.

El joven doctor, Edmond McGregor, alzó la mirada y algo confundido vio a la enfermera que se asomaba por la puerta de su consultorio. Él era un Psiquiatra muy apasionado con su profesión. Sabía que se metía tanto en el estudio de las hojas clínicas que no se percataba de su entorno ni de la hora; por eso le costó un momento darse cuenta en qué lugar se encontraba y ver quien le hablaba. La mujer que lo interrumpió, era la enfermera de unos cincuenta años aproximadamente que hacía a la vez de su asistente y jefa de enfermeras. 


—Si por supuesto… —Ed dijo un poco aturdido mirando su reloj de bolsillo. Eran pasada las diez de la noche— sabe que no me gusta que se quede hasta tan tarde —Se quejó al ver que era demasiado tarde.
—Usted podría necesitarme; además no se preocupe que hoy es jueves, mi esposo está en su reunión de póker cerca de aquí y pasará a recogerme.

Le sonrió, cuando vio que Ed se dejaba caer en el respaldar de su silla de madera, claramente cansado. Ella entró y se paró frente a su escritorio con una expresión de tristeza al ver qué expediente estaba revisando. Era el único con el que el doctor McGregor pasaba horas tras horas leyendo y revisando.

— ¿Aún piensa que Michael podrá recuperarse?
—Sé lo que piensa, pero realmente sé que él puede… sé que puede… 

Repitió Ed cubriéndose la cara con las manos, era imposible que explicara lo que sabía. Se sobresaltó un poco cuando sintió la mano de la señora en su hombro.

—Te comprendo Ed —le habló con voz suave y cordial— pero esto te está consumiendo, eres el médico en jefe hasta que regrese el doctor Kingston y es mucha responsabilidad verificar todo y a la vez dedicarle tiempo a ese expediente, necesitas tener tiempo para ti. Eres tan joven.
—Pero… él puede tener una mejor vida.

Su voz era casi un ruego, el joven doctor no tenía ni medio año de haber egresado de su facultad con honores cuando un día le propusieron el puesto de médico residente en Londres. Viajó casi de inmediato y después de tres años de trabajo, le ofrecieron el puesto de Psiquiatra en Jefe-Temporal del Hospital.

Edmond McGregor era americano de alta estatura, si bien no era de contextura gruesa, se veía imponente y de apariencia un poco severa. Sin embargo, era muy amable a la hora de atender sus pacientes. Siempre tenía una sonrisa para ellos por eso era apreciado, al menos de los que estaban medianamente conscientes de su entorno.

Con un suspiro, Ed cerró el expediente y Susan le apretó la mano en señal de apoyo, le sonrió y volvió a la puerta. Antes de salir, volteó a mirarlo. Otra vez se veía profesional.

—Por favor, doctor McGregor, no se quede hasta muy tarde, recuerde que mañana tendrá revisión a primera hora y los pacientes se impacientan cuando demora en llegar.
—Lo sé, guardaré todo y me iré. Por fortuna, vivo aquí.

Le dijo a modo de sarcasmo. Susan no dejó de sonreír mientras salía y cerraba la puerta.

Edmond vivía realmente en el hospital. En el ala Oeste del recinto, allí había un área especial con pequeñas habitaciones adaptadas, con baños para los médicos residentes. Las enfermeras también tenían un lugar para alojarse cuando era requerido ya sea porque vivían lejos o porque se les hacía tarde por el horario de turno de ellas, así evitaban que salieran muy tarde en la noche. Las calles londinenses al anochecer eran más tenebrosas de lo que se decían en los libros y en esas épocas una mujer sola en la calle no era bien visto.

Ed, apagó la pequeña lámpara de su mesa de escritorio después de guardar todos los papeles que tenía sobre el escritorio, se levantó, se sacó la bata blanca, tomó el abrigo de lana gruesa y se abrigó con ella. Salió de su oficina con rumbo a sus habitaciones con el expediente de Michael dándole vueltas en la cabeza. Mientras Ed seguía su camino por los grandes y largos corredores del hospital ya no le molestaba lo silencioso y lúgubres que podía ser. Tampoco le molestaba ya las extrañas sombras que la luz de la luna o de los faroles colaba por los grandes ventanales y a pesar de que en ese momento estaban cerrados el ambiente se congelaba. Era como caminar por la noche fría. En ocasiones se cruzaba con uno que otro hombre de limpieza que terminaba su turno.

Al llegar a la estación de enfermeras, estaban ahí los enfermeros del turno de noche. Los saludó y firmó su salida. Se despidió de ellos y se en rumbó a sus aposentos para lograr un poco de reparador sueño.

A lo largo de los anchos corredores se escuchaba el sonido de sus pasos haciendo eco por el lugar. Las pequeñas bombillas iluminaban cada cierto trecho haciendo que el ambiente parezca aún más tenebroso. Pero Ed casi nunca lo notaba, siempre estaba metido en sus pensamientos. Pensamientos sobre un paciente en especial, uno al cual deseaba desesperadamente darle una mejor calidad de vida. Quería verlo feliz, verlo hablar, exorcizar todos sus demonios y espantar todos sus fantasmas.

Ed deseaba lo mejor para ese paciente. Él realmente lo deseaba... y ese era el problema de cada noche en donde se debatía tanto en su mente como en su corazón; de pronto, un par de golpes secos atrajo su atención. Se detuvo abruptamente, mirando con precaución hacia adelante y hacia atrás pero lo único que veía era el corredor largo que parecía no tener fin. A un lado estaban las puertas cerradas de los pacientes y al otro extremo los ventanales. El piso de mayólicas extremadamente pulidas, le daba un aspecto vertiginoso.

Prestó atención nuevamente al ruido extraño mirando a todos lados; sin embargo, sólo pudo ver oscuridad a cada lado del corredor. Unos pocos sonidos lejanos de quienes supuso eran los del servicio de limpieza haciendo su trabajo y nada más. 

Esperó un momento, pero aquel peculiar sonido no volvió. Él sabía que ese sonido había venido de algún lugar muy cercano a donde estaba pero no podía decidir que lo provocó. Al final se rindió suponiendo que era su cansancio el que le había jugado una mala pasada; tal vez aquel sonido vino de algunas de las habitaciones de los pacientes que estaban en ese corredor, se despejó la cabeza y luego de una respiración profunda siguió su camino. Si bien los sonidos extraños eran ocasionales todo el tiempo, siempre lo hacían sobre saltarse en primera reacción, para después tranquilizarse. Siguió su camino ya sin detenerse perdiéndose nuevamente en sus pensamientos de cómo hacer libre a la persona que le robaba más que sueños imposibles.

Michael era un hermoso joven de veinte tres años, muy delgado casi flacucho, pero con unos espectaculares ojos celestes. Según su expediente él había sido un niño extrañamente silencioso durante sus primeros años hasta que se volvió miedoso ante todo y todos, al punto de retraerse y no comunicarse con nadie. Las pocas veces que lo hacía, hablaba únicamente de las personas que lo molestaban y que no lo dejaban en paz. 

Constantemente hablaba de las voces que escuchaba y le decían cosas malas como lastimarse o lastimar a los demás; a pesar de ser un niño inteligente, era tratado como un enfermo. Su padre, un próspero comerciante con mucha influencia en los altos círculos sociales de Londres había conseguido un muy buen puesto en el gobierno y además logró amasar una gran fortuna en muchas inversiones navieras por eso es que podía costearse un trato especial en el hospital. 

Su madre, una dama que se comenzó a dedicar a los actos benéficos, no se ocupaba de él por falta de tiempo. Michael era el menor de sus hijos, quien debía ser el consentido y mimado y sin embargo estaba apartado de la familia, según ellos, habían sido bendecidos con dos sanos y fuertes hijos más. Charlie y Dorothy, mayores por varios años quienes lo trataban con indiferencia.

Cuando ni siquiera había llegado a los 8 años tuvo una crisis nerviosa en la que lastimó seriamente (Ed estaba seguro que sin quererlo) a una de las criadas que lo cuidaban esto desencadenó que su padre, muy fácilmente, llamara a un médico quien lo tenía sedado la mayor parte del tiempo. Cuando cumplió los diecisiete años, fue internado en el hospital mental donde estuvo por cinco años más con fuertes sedantes los que se les retiró poco a poco cuando la administración cambio y el nuevo director se hizo cargo. Nuevos brillos en la medicina psiquiátrica estaba llegando, aunque era considerado experimental y de charlatanería, Bernied Allen hijo de Germanio Allen dueño del hospital, heredó todo cuando su padre murió y comenzó a implantar las nuevas técnicas en el tratamiento de los pacientes.

Bernied, era médico en medicina general y estaba decidido a que los pacientes tuvieran una mejor calidad de vida intentando llevar esa mentalidad a este hospital y a quienes atendían en él. En uno de sus viajes conoció a mucha gente y una de ellas fue a su profesor Charlie Dickson, Edmond era un joven estudiante sobresaliente y ambos habían coincidido en muchos conceptos y pensamientos lo que desencadenó en proponerle ir a Europa una vez que terminara con sus estudios. 

Es así como consiguió el puesto en el hospital y es así como médico y paciente se conocen interesándose en su caso y poco a poco logró sacarlo de esa nube de medicamentos haciendo que despertara a pequeñas sensaciones y estímulos de su entorno. 

El doctor fue como un faro en medio de la tempestad. 

****** 

Al día siguiente muy temprano en la mañana, Edmond ya estaba levantado, aseado,  vestido y en camino a otro día de trabajo cuando llegó a la estación de enfermeras que estaba en pleno cambio de guardia de los enfermeros. Las enfermeras y Susan, se estaban riendo mientras los enfermeros, las miraban con cara de pocos amigos.

—Buenos días ¿otra vez contando historias de terror? —Preguntó Ed con algo de diversión en su tono mientras firmaba el ingreso a su turno.
—Buenos días Doctor McGregor —Lo saludo Chris, uno de los enfermeros— usted debería pasar una noche en esta estación y le aseguro que lo que verá le sacará la piel del cuerpo.

Sin añadir nada más ni esperar respuesta del doctor salió con su compañero rumbo a sus hogares. Ed los miraba con curiosidad comprendiendo que su turno había sido trajinado. Sonriendo, pidió el horario de trabajo y después de recibirlos se fue a visitar a los pacientes.

El primer que vio fue a un hombre mayor que se hacía llamar Bob. Varios de ellos no se los llamaban por sus nombres reales, algunos de ellos habían sido abandonados por sus familias quienes sólo se ocupaban de pagar la mensualidad por su atención. Muchos de esos pacientes se alteraban si no los llamabas como ellos deseaban mientras otros simplemente no respondían a ningún nombre. También había un área que era completamente distinta. En ese lugar, se encontraban aquellos pacientes especiales que respiraban y comían en forma automática, casi no hablaban y eran muy tranquilos y rara vez se alteraban ya que no eran comunicativos, ellos únicamente vivían en su mundo. Ed había decidido centrar toda su atención en esos pacientes pero sin descuidar a los otros pacientes a quienes los revisaba de forma general.

Ed pasó la mañana en esta revisión que hacía cada semana y siempre era igual. Los pacientes le contaban historias de sus 'supuestas vidas' y sobre los visitantes nocturnos que llegaban algunas veces a despertarlos de sus sueños, otros aseguraban que ellos llegaban a cuidarlos. Ed siempre los escuchó con avidez. Para cuando terminó su ronda, ya era la reunión con los médicos de turno en el salón principal. Estaba cansado y siempre toda su energía se drenaba cuando pasaba revisión; aun así, el joven médico sacaba fuerzas para esas juntas médicas que por fortuna casi siempre terminaban rápido ya que era un grupo muy profesional. 

Ellos siempre se juntaban para ponerse de acuerdo sobre los tratamientos y terapias que usarían con determinados pacientes. El hospital tenía como regla no usar métodos tortuosos. Aquella regla y el hecho de que pudiera usar técnicas menos traumáticas fue lo que lo impulsó a Ed para dejar su hogar y llegar a Europa para trabajar en ese hospital. Lamentablemente ese día la junta tomó más tiempo, incluso tuvieron que pedir algunas meriendas para terminar pronto. Ya eran pasadas las cinco de la tarde cuando Edmond llegó a su despacho. 

Dejándose caer en la silla de madera, respiró profundo y cerró los ojos para intentar relajarse. Casi al instante, llegó Susan con un café humeante y unas galletas caseras que ella misma había horneado, Ed las amaba. Les hacían recordar a las que su abuela le daba cuando la visitaba, pero esa información no se la daría ya que Susan se consideraba joven.

—Gracias Susan —dijo Ed mientras recibía la taza y bebía en pequeños sorbos por lo caliente que estaba. Para él, el café, era el cielo.
—Vas a pasar por el Ala Norte a pesar de la hora ¿verdad?
—Sí, sabes que siempre lo hago —Ed la miró un poco extrañado por la pregunta y mientras le daba otro sorbo a su taza se dio cuenta que algo no estaba bien en la expresión de la jefa de enfermeras— ¿Qué sucede? —Preguntó mientras dejaba de beber y esperaba su respuesta.

Algo le dijo que no le gustaría lo que le dijera, bajo la taza sin soltarla y le prestó toda su atención.

—Él… Michael, tuvo una descompensación emocional.

Ed se levantó bruscamente de su asiento casi tirando la taza en el proceso. Si no es por la enfermera que tuvo buenos reflejos sujetando la taza todo el contenido se hubiera regado sobre los papeles que había en la mesa. Para cuando Susan miró hacia la puerta el joven doctor, ya estaba en camino a ver su paciente, corriendo con la angustia de estar seguro de como lo habían tranquilizado, algo en lo que él no estaba de acuerdo.

—No sabemos qué paso... ahora está tranquilo —le informaba Susan mientras casi corría a su lado por el pasillo.
— ¡Por qué diablos no me avisaron!
— ¡Cálmese! —Intentó tranquilizarlo a su vez que intentaba llevarle el ritmo—. Sucedió mientras estaba en la junta, ahora duerme.

Escuchó que le aseguró sin aliento en la voz. Ed, apretó sus puños mientras ahora corría más aprisa para llegar al lugar. Si dormía era porque lo había sedado y eso no le gustaba ya que después de una dosis fuerte de sedantes, Michael, demoraba en desconectarse del limbo en el que se sumergía. El doctor había hecho grandes avances con ese paciente como para tirar todo por la borda, no podía permitirse perderlo.

Cuando llegó por primera vez a ese hospital y se enteró de su condición, se interesó mucho en él y estudió a fondo su historial. Le afectó y conmovió mucho lo que le pasaba, en ese mismo momento decidió dedicarle todo su tiempo para mejorar su calidad de vida. No porque casi no hablara, sino que anhelaba descubrir lo que en ocasiones lo tenía en un estado de aparente de vacío y sin vida. En esos momentos, era como si su cuerpo fuera un cascarón, sin alma, sin intensión de vivir; pero en los pocos meses a su llegada por fin pudo lograr desconectarlo de ese estado. Ese día fue uno de los más felices que vivió desde su arribo a Londres.

Recordó como lo había logrado mientras seguía su camino al ala donde Michael se encontraba.


“Un día, rememoró, cuando ambos regresaban a la habitación de Michael después de acompañarlo a los jardines en sus ocasionales paseos siempre lo dejaba un momento en la ventana y ahí fue que se llevó la mejor de las sorpresas. El doctor se había sentido atormentado por no saber qué hacer para sacarlo de ese cascarón, no soportaba ver a aquel hermoso joven perdido en su mente sin que pueda disfrutar de la realidad que lo rodeaba.
Cuando de pronto recordó que su profesor siempre decía que ‘Los ojos eran el espejo del alma’, entonces pensó: «Quizás, para ver el alma se necesitaría un espejo».
Ed, volteó hacia la chimenea en donde sobre este lugar se encontraba un espejo antiguo y maltrecho y pensó que quizás ese espejo serviría para probar esa teoría. Es así que con total asombro cuando enfrentó a Michael con su propio reflejo y lo instó a centrarse en él, vio por primera vez la vista del chico centrada en algo y ese algo fue cuando sus miradas se cruzaron. Ed sintió que el aire se le escapaba de los pulmones y no pudo evitar darse cuenta de la fuerte conexión que los unió en ese momento a través de ese reflejo.
Fue como una visión ver la imagen de Michael que parecía que salía del agua ya que el espejo estaba desgastado y como el muchacho no alcanzaba a verse totalmente debido a su baja estatura sólo se podía ver su rostro. Mientras que Ed un poco más arriba se dejaba ver imponente y protector sobre la imagen de su paciente.
Ambos se perdieron en aquellas aguas simuladas en donde se reflejaban, flotando como dos seres etéreos que se habían encontrado al fin; Ed sentía la mirada de su joven paciente intensa, curiosa y hasta con anhelo en su expresión. Aquello fue una experiencia impresionante, pero lo que pasó luego fue lo que lo dejo sin habla.
—Agua... agua cristalina... agua que me purifica... ¿Eres un demonio del agua o un protector de almas perdidas? —Escuchó por primera vez su voz.
Ed no pudo responderle y sólo se quedó mirándolo a través del espejo sin saber que decir o que hacer. Solo mantenía sus manos en los hombros de su paciente, mientras este se sujetaba de su mirada arraigado a un anhelo que el joven doctor se aseguraría de descubrir y satisfacer.
Después de aquel momento, Michael comenzó a hablarle cuando se miraban a través de ese espejo. Después poco a poco, iba saliendo de su letargo por más tiempo. Habiendo momentos en que le hablaba sin necesidad de estar mirando su reflejo. Ed pudo saber que Michael, a pesar de tener voz ronca quizás por la falta de uso constante, tenía un tono musical. Debido a eso, las veces que hablaban le parecían los momentos más gratificantes y placenteros de su vida y no pudo evitar quedar hechizado por su paciente. También poco a poco logró que le hablara sobre lo que pasaba por su cabeza, incluso en cierta ocasión le contó una historia de suspenso que al parecer alguien le había leído y se le quedó en la mente, otro gran avance en su recuperación, para Ed eso fue toda una revelación.
La idea que Michael no era sólo un cascaron sino un joven de un poco más de veinte años con pensamientos propios y recuerdos era maravilloso, sin contar que poseía unos hermosos ojos celestes cielo. Era la mejor manera de incentivarlo a seguir con sus esfuerzos en lograr que tenga una recuperación aceptable y así poder tener una calidad de vida mucho mejor que la que había tenido en años, quizás, la mejor que jamás hubiera tenido nunca. Aquella vez que le contó esa historia, le había hecho reír de felicidad, desde ese momento, la esperanza que tuviera una mejor calidad de vida eran una realidad.”


Ed volviendo a la realidad cuando estuvo frente a la puerta de la habitación de Michael con el corazón acelerado al punto que lo sentía latir en su garganta y cabeza. Intentó calmar su ritmo cardíaco antes de entrar ya que no era bueno que Michael, un paciente sensible, lo viera alterado. 

Miró hacia los lados y pudo ver la estación de enfermeras a unos cuantos metros de distancia con un par de enfermeros y una enfermera que estaba revisando unos papeles, aparentemente intentando no prestar atención que él ya estaba ahí y que no aprobaba la medicación extra. Después hablaría con ellos, desvió la mirada hacia el pasillo por donde vino corriendo y no pudo ver a Susan, ella se había quedado atrás. Cerró los ojos e intentó respirar profundo. Para cuando pensó que ya estaba más calmado, giró el pomo de la puerta y entró a la habitación. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario